No somos lo mismo
mujer, amor,
durazno,
amiga.
Hemos cambiado
a días y manos,
a lágrimas
y semanas.
Hemos compartido
noches y arcoiris,
aguas y ventanas,
caricias y silencio.
Somos otros,
completos y distintos,
aislados e infinitos:
listos, listos, listos.
Tenemos otra composición
química, otra organización
celular. Mutamos, sin saberlo,
en la calle y en un beso.
Cambiamos tanto ya, que podríamos
ser padres o hijos de la lluvia,
de una nube nueva infantil, elemental,
inocente, sonrosada, indefensa.
Estamos subiendo, poco a poco, la escalera.
Reclamamos, a gritos, el cielo como recompensa.
El cielo de nosotros, como lo entendemos nosotros,
es tan simple y necesario como el pan sobre la mesa.