Al fin abandono las palabras.
No puedo ahora decir más.
Tu cuerpo espera caricias.
Tu piel escucha a mis manos.
En el susurro de cada dedo
está el sonido que apenas toca.
En cada movimiento balbucea
el deseo y mi sangre comienza
a hablar hasta romper el silencio.
Encuentro entonces el lenguaje
que faltaba para entendernos.
Esos símbolos que son tacto
húmedo, ceniza blanca y fría.
Marcas de caligrafía practicadas
en el pliego de tu vientre,
en la soledad de tu nuca,
en la multitud de tu cintura.
Repito en voz alta la escritura
tibia de tu espalda y conozco
en cada roce aquellas historias
que transcurrieron calladamente,
en esa ausencia que jadea
dulcemente por cada sombra
en las horas prohibidas,
amordazadas de placer,
arrebatadas al tiempo.
Beso y pruebo en cada letra
el mismo sabor de antes,
la misma trampa impresa
preparada para otros,
que sin saberlo –como yo–
no te hacían el amor:
únicamente te leían.