Así de pronto,
un día o una noche, no importa cuando, regresaste,
de la luz o de la sombra, del fuego o de la nieve,
regresaste a demostrarle al engreído diurno triste
que la vida no es siempre triste,
que la vida simplemente ocurre,
sucede felizmente alrededor de las tragedias,
o se accidenta bailando en una fiesta.
Regresaste, sin saberlo quizás,
a salvar de su rutina de lágrimas
al deprimido compositor nocturno que repetía
un nombre oscuro, desgastado y múltiple,
un nombre de familia o muchedumbre,
un nombre de pan o de planeta,
un nombre de mujer y pesadumbre.
Regresaste, de puntitas,
sin ruido, sin proponértelo del todo,
regresaste, con una sábana blanca
disfrazada como un fantasma de alegría,
regresaste, con los cuentos de hadas
brillando en las líneas de tus manos,
regresaste, finalmente regresaste, fantasía.